Hay
personas que son capaces de cambiarte la vida, la manera de ver la vida,
cambiar pensamientos y formas de actuar. Son capaces con su ejemplo, de modelar
tu hasta entonces manera de ser, haciendo de ti un poco más “persona”. Te
aportan sobre todo, el ponerte en contacto con lo mejor del ser humano, te
enseñan ese lado a veces relegado, de nuestra personalidad multifacética donde
está lo mejor de cada uno.
A menudo tiendo -como la luna- a mostrar
el lado más oscuro de mi carácter, el más áspero, dejando en penumbra la parte
con la que me siento mejor, la más dulce, la más serena.
Hay personas que su actitud es un ejemplo y su ejemplo sirve para hacerte reflexionar, para crecer, para
replantearte la vida y tu modo de asumirla, tan superficial, tan a la ligera. Y
te incitan a repasar las prioridades y darles un nuevo orden sin hacer falta
gestas mundialmente conocidas, ni gestos públicamente reconocidos.
Personas de a pié que ante los reveses del destino son capaces de dar una lección de fortaleza y demostrar cómo enfrentarlos, discretamente, con naturalidad, sin aspavientos, sin protagonismos, dejando a un lado su propio dolor para pensar en el de sus
próximos, en las necesidades de quienes quieren. Y soportan silenciosos sus
miedos y guardan su angustia en secreto para no preocupar aun más a los demás.
A veces las circunstancias adversas son
en primera persona, otras suceden en el ser más allegado, y de cualquier manera
sufren en la intimidad y sonríen en público aunque hayan de vivir cada día una
dolorosa e irrevocable cuenta atrás, pero siguen proyectándose en el futuro y
hacen que cada día sea como un milagro.
Hay personas que bajo su armadura, es
fácil advertir un corazón inmenso pero a veces somos incapaces de “acercarnos”
a esos guerreros formidables, no sabemos… o no nos creemos dignos de perturbar
su reserva, su hermetismo, o acompañar abiertamente su dolor.
Da lo mismo la distancia, aunque los
tengas muy cerca, aunque lleven tu sangre. Los admiramos desde lejos y en
silencio sin saber si les podríamos servir de algo en su magistral trayectoria,
o acaso nos sentimos demasiado corrientes con poco o nada que ofrecer.
A veces he querido acercarme a esos
seres especiales que se cruzan en mi vida o que están en ella hablarles
directamente al corazón y decirles “aquí me tienes, cuando me necesites”.
Pero nunca sé si un hombro sería
bienvenido, o la propuesta de una escucha activa y silenciosa, acallando todos
los diálogos interiores para convertirme en caja de resonancia eficaz. Aun no
sé ni encuentro la manera de manifestarles la profunda admiración que me
producen.
Y es porque tengo miedo a desmoronarme,
a que se me transparente la convicción de que no me siento capaz de ayudar, que
me siento minúscula ante su proeza en su contienda con la vida.
Impotente y empequeñecida trato de
aprender del heroísmo de esas personas y de sus historias pero la lección más
importante es que hasta entonces nunca llegas a creerte del todo lo
verdaderamente frágil que es la vida.
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