sábado, 16 de septiembre de 2017

Atardece que no es poco

“Hay que nombrarlo todo, 
 antes de que tarde  
sea, y se quede sin sonido alguna 
cosa soñada...”  
Alfonso Canales 




Que no se me olvide ninguna cosa, que si no escribo yo este ocaso, habrá muerto un día de claridad, con un final espléndido para nada,  que no se me olvide el color del hierro candente del ultimo instante de luz, que no se me olvide el derramarse en purpurina de las olas, a su rastro frente a mis pies, el azul turquesa del mar bajo los vestigios de sol, la huida sincopada del tiempo y el astro de fuego, el borrarse el cielo sobre mi y ante mis ojos después de un derroche de infinitas violetas, que lo contaminaron todo con su color: la arena, las barcas que en ella reposaban, la caseta de pescadores –antes de un blanco cal inmaculado-,  la bruma y el mar, todo es rosa y violeta, el velo que de ese color me borra las montañas del cabo, cediendo a la ilusión  de que todo se volvió horizonte de mar, que no hay fin que no existe la nada sino el infinito.
El rosa allá da paso al gris, y el mar se vuelve plomífero y metalizado y su opacidad enciende la luna. Esta noche toca luna mora, con su halo de bruma brillante y redondo y su estrella como un lunar encendido, como una pequeña bujía.
En occidente aun existe el ultimo rubor de luz, antes de la oscuridad violenta, el cielo donde el sol se esconde, enseña por breves instantes el rojo más rabioso como un destello de luz antes de un apagón.De pronto empieza a envolvernos la oscuridad y el viento que trae consigo un manto de humedad como polvo de agua casi instantáneo, y nos alfombra el camino con el ultimo hálito de luz solar.
Una vez más se nos apaga la tarde, que no se me olvide nada para que de esa manera quede encendido este instante en mi recuerdo.
Porque a veces me resulta  mas que injusto el no tener capacidad para hacer comprender lo importante que me resulta el tiempo que gano frente a una puesta de sol, lo que me enriquecen esos colores, lo que me ayudan a meditar y a sentir esa muerte súbita de un día que pasó sin gloria pero con la pena de lo que no ha de volver.
 De regreso de la que es –para mí- representación más bella en función única, donde la naturaleza regala a la pupila los colores más prodigiosos, donde se pasea la mirada por formas y tonalidades caprichosas, a donde uno va a renovar la suerte de saberse vivo; quisiera sostener en mi sentimiento ese estado casi emocional que te conecta con lo mas intimo y te provoca  una idea, adivinas un pensamiento, intuyes que estas al borde de una revelación. Es una actitud casi espiritual que puede convocar al desdén en más de una mente endurecida por la idea de que todos los días hay puesta de sol y que tiempo mejor habrá para derrocharlo en absurdas policromías... ¿Cómo explicar que se equivoca, que nunca habrá otro crepúsculo idéntico, que hemos faltado ya a demasiados ocasos y que nunca podremos recuperar todos los colores que ya no vivimos? ¿Cómo hacer comprender que lo que importa es el temperamento mágico al que te  transporta  el asistir al apagarse inevitable de una fecha y la sensación de que con la luz se te marchan las cosas que dejaste por hacer?
“Eres muy complicada amiga mía”, intuiré en los ojos distantes a mis impresiones, me aguantaré  las ganas de preguntarle a esos ojos cuando fue la ultima vez que se paró a disfrutar del destello de un rostro infantil cuando sonríe, el sonido de una respiración que se agita o hizo suyo el sentido de un verso...y con la luz de la anochecida se irán apagando  las ganas también de hacerme entender. 

Mercedes Moya.
Revista Contraluz,Agosto 2004.